¿Qué hacer?
¿QUÉ HACER? El gran filósofo francés Jacques Derrida, uno de
los más influyentes pensadores modernos, intuía ya a finales del siglo XX que
el mundo estaba cambiando de un modo peligroso, acaso de manera irreversible,
en todos los aspectos, y no sólo en los tópicos sociales, económicos,
políticos, acostumbrados. Fruto de sus intuiciones más apocalípticas publicó en
1994 un ensayo tan inquietante como pesimista: ¿Qué hacer de la pregunta «¿Qué hacer?»? ––en Penser ce qui vient––.
Derrida nos confía que a la vieja o renovada pregunta ¿qué
hacer? Lenin contestó «es preciso soñar» ––“con precauciones interesantes”––, añadió… ¿Soñar?
¿Ésta debe ser la respuesta del mundo, la cultura, el arte? El genial artista
español Francisco Goya afirmaba enfáticamente en uno de sus grabados que “el
sueño de la razón produce monstruos? No creo que soñar sea la solución ni el
problema… Entonces, ¿qué decía Derrida al respecto?...
Primero establece una creencia: “creo que nuestro tiempo,
eso de lo que estamos hablando, lo que viene quizás a través del caos, del
desierto, del abismo, del desorden mundial, la desconstrucción general o todas
las figuras de un apocalipsis sin apocalipsis, etc., eso nos impone pensar y
pensar desde este frágil aplomo y nos coloca en este lugar, nos sitúa allí
donde pensar, y pensar (políticamente y poéticamente) lo que viene (por ende el
porvenir al presente) no puede hacerse si no desde el lugar de este aplomo a la
vez sonambúlico y vertiginoso”… ¿A qué se refiere Derrida con la palabra
“aplomo”? ¿Qué trata de expresar con tal sonambulismo? Derrida reclama una
señal de aplomo, atreverse a “quedarse parado”, una física planteada a partir
de la verticalidad, “es decir, a partir de lo que una plomada nos indica
respecto de la pesadez terrestre y por ende de la tierra: pues, no nos lo
ocultemos, las preguntas que abordamos con este aplomo sonambúlico hoy no son
nada menos que las preguntas de la tierra (a bulto y en detalle), de manera no
menos urgente que concreta, imaginativa, inmediata, inmediatamente éticas,
jurídicas, geopolíticas”… “¿Qué vamos a hacer con la tierra? ¿Sobre la tierra?
y la pregunta de lo que se queda parado sobre la tierra no es apenas una
pregunta ecológica aunque permanezca sobre el horizonte de lo más ambicioso o
más radical que la ecología hoy podría asumir, preguntas de la tierra,
entonces, y preguntas del hombre (en aplomo o no sobre la tierra)”...
Derrida hablaba de la tierra y la fuerza de la gravedad, de
las preguntas de la tierra y de nuestro necesario aplomo ante ellas interrogándonos.
¿Y si fuera el arte el que nos pregunta y cuestiona? ¿Qué respuestas para qué
preguntas? ¿Qué cultura y qué arte para qué situación poscontemporánea, más
allá de la historia e incluso del mismo arte? Señala Derrida que aunque parezca
una necesidad cotidiana hacerse tal pregunta, y reconozcamos su pertinencia en
todas las edades y culturas, esta cuestión tiene una historia crítica mucho más
reciente: “es una historia moderna”… Aventura el filósofo que la gravedad de lo
que viene ––seguramente nuevo, absolutamente inédito, sin ejemplo al que
remitirse y refractario a cualquier repetición posible–– es “que ya no sepamos
qué hacer hoy de la pregunta «¿qué hacer?», ni en su forma ni en su contenido”.
¿Y si ésta fuera la situación crítica del arte y la cultura hoy: que no sepamos
siquiera hacernos la pregunta “qué hacer”?
Kant y Lenin se hicieron esta pregunta casi teológica a las
puertas de sus respectivas revoluciones. En tiempos recientes seguramente
nuestra más inmediata revolución fue la caída del Muro de Berlín y su más
terrible réplica el colapso de las torres gemelas del World Trade Center con
sus daños colaterales ––incluidas las guerras de Afganistán e Irak y la crisis
financiera hasta nuestros días, las crisis migratorias universales, la
violencia extrema en todas las latitudes, el imparable ascenso de los nacionalismos
y los neofascismos, Trump y sus avatares––… Continuaba Derrida desgranando sus
temores: “En todo caso, hagamos lo que hagamos de esta sincronía o de esta
coincidencia, la pregunta «¿qué hacer?» habrá siempre resonado al borde del
abismo o del caos, en frente del horizonte más indeterminado, más angustioso,
cuando se diría que todo debe ser repensado, re-decidido, re-fundado, de arriba
abajo, y ahí donde tal vez el abajo, el fundamento y la fundación llegan a
faltar”…
Derrida nos señala que al preguntarnos “¿qué hacer?” en
realidad estamos enlazando otras tres preguntas implícitas: “¿qué puedo saber?”
––pregunta especulativa, propia de nuestra curiosidad científica––, “¿qué tengo
que hacer?” ––pregunta moral–– y “¿qué me está permitido esperar?” –doble
pregunta a la vez práctica y especulativa––… Estaría bien (y recomiendo) que
frente a los problemas de la Tierra en su conjunto, de la humanidad hoy, sus
múltiples incertidumbres y sufrimientos, nos repitiéramos cada día como un
mantra esta pregunta presuntamente capciosa: ¿Qué hacer? por medio de esas tres
variaciones que nos señalaba Jacques Derrida: ¿Qué sé y qué puedo saber acerca
de eso? ¿Qué tengo qué hacer al respecto? ¿Qué creo que puedo obtener o
alcanzar individualmente; qué colectivamente junto a otros comprometidos?
Y acaso una más, una pregunta aparentemente impertinente:
¿Qué es el hombre hoy? ¿Cómo es y está el ser humano hoy en el mundo?
Mientras nos vamos haciendo estas preguntas (en silencio o
en voz alta, es lo mismo) rescato de mi memoria un acontecimiento, unas imágenes, realmente de
validez universal, seguramente las más impactantes y perturbadoras de la
historia de la humanidad: en New York, la mañana del 11 de septiembre de 2001…
Tras aquella penúltima “muerte de Dios”, que diría Nietzsche, tras aquella
penúltima catástrofe universal de la que derivaron otras muchas y tanto dolor
durante años hasta nuestros días, ya no era posible ir por la vida y por el
arte haciendo collages melancólicos con los fragmentos de las verdades y las seguridades
rotas como si de otra catástrofe moderna se tratara. Las gigantescas
arquitecturas de nuestra condición postmoderna se colapsaron por completo aquel
día simbólico como pocos. Tras el colapso de las torres del World Trade Center
no quedó apenas fragmento que collagear. Sólo polvo, cenizas, humo, olor a
muerte. ¿Qué hacer, pues? ¿Cómo renacer Ave-Fénix de nuevo entre las cenizas?
¿Qué crear con esa terrible ausencia de fragmentos con los que reconstruirnos?
Entonces pensé, y sigo creyendo firmemente, que hay que
volver a creer y a crear desde la nada… Amasar el polvo, el humo y las cenizas
excrementales con nuestros líquidos más íntimos: nuestra saliva, sangre, el pus
de nuestras heridas, la sangre menstrual… el semen y el flujo vaginal de
nuestro placer y las lágrimas de nuestro dolor. Sólo con estos materiales
íntimos tan deliciosamente humanos, demasiado humanos, y con nuestras manos,
tan capaces, podremos crear algo realmente verdadero. ¿Qué verdad? Qué sé yo,
por ahora… ––sigo buscando, voy a su encuentro mientras tanto, ciego reciente,
entre las luciérnagas––…
¿Y si no hay luciérnagas, qué ver? Lo primero que habría que
hacer, por ejemplo, es recuperar nuestras luciérnagas perdidas o masacradas…
Sería la primera tarea, ¿no? Necesitamos la luz de las luciérnagas para empezar
a ver un poco más lejos que nuestras narices… ¿O no?
Pablo J. Rico
Semblanza en pocas palabras:
Pablo J. Rico (Mallorca, España, y Ciudad de México) Director de museos y
fundaciones; curator / curador / comisario de exposiciones; editor y escritor;
promotor y consultor de proyectos culturales y artísticos, profesor y
conferenciante, coaching art...
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